Desde que soy un niño que he tenido esa extraña fascinación por manejar automóviles. Mientras muchos otros pequeños soñaban con ser bomberos, carabineros o médicos, yo alucinaba con llegar a ser un buen chofer de micro. Recuerdo perfectamente cuando íbamos al supermercado. ¿Quién manejaba el carrito para comprar? Obviamente: yo. Y no dejaba que mis padres siquiera se apoyaran en él, porque el carro era mío, y yo lo manejaba y nadie más. Incluso, al llegar a casa con las cajas de cartón donde metían los productos comprados, yo las utilizaba como autos y jugaba deslizándome por las piezas de la casa. ¡Qué tiempos aquellos!
Conforme fui creciendo, ya no jugaba con cajas de cartón aparte que ya no cabía dentro de ellas. Pero el gusto por los automóviles y, en general, por cualquier vehículo, aun estaba. Comenzó a rondar por mi mente la idea de obtener una licencia de conducir para cumplir mi sueño y manejar un auto. Y como en ese entonces no trabajaba, sino que estudiaba en la universidad, mi padre se ofreció voluntariamente a enseñarme.
Al principio todo estaba muy bien. Fuimos a una de las cuatro canchas y nos pusimos a manejar. De a poco le agarraba el ritmo al auto. Mi sueño estaba comenzándose a cumplir. Me sentía muy feliz. Luego de estar una mísera media hora, mi padre decide mandarme a una carretera a aprender a manejar con tránsito. Fuimos camino a la desembocadura del río Biobío, y allí llegué a la exorbitante velocidad de 50 km/h.
Aquí ustedes deben decir: "Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!", sorprendidos por la velocidad.
De a poco fui acostumbrándome al auto. Varios viajes a Lenga y a Los Lobos me hicieron ser un mini experto al volante. Sin embargo, me habían dicho que es algo complicado aprender a conducir cuando te enseña a manejar un familiar. Y eso es cierto: mi padre me retaba por cada minúsculo error que cometía. Hasta que, en una ocasión, estaba conduciendo en la carretera a Lenga, donde la velocidad máxima es de 60 km/h. Me decía que avanzara más rápido, y yo le decía que no podía exceder la velocidad permitida. Comenzó a alegar hasta que me aburrí, di media vuelta, y entré el auto en la casa.
Nunca más practiqué con él.
Pasó el tiempo y dejé de practicar manejo. Le pedía a mi tía, pero nunca se concretó algo. La licencia la necesitaba, especialmente porque después del casamiento de mi hermano, quien sí tenía licencia, el único que podía manejar el auto era mi papá, y si él en caso de algún imprevisto no estaba, ¿Quién iba a manejar?
Pero como nadie quería hacerse el tiempo para andar conmigo y así practicar, decidí meterme a un curso de conducción en una de esas escuelas de conductores. Aquí comienza lo bueno de mi historia.
Tomando un genial curso de conducción
Corría el mes de mayo de 2011. Junto con un amigo del barrio nos inscribimos en una espectacular escuela de conductores, donde en dos meses te dejaban tikitaca para poder manejar. Así, al alistarnos en la escuela, nos indicaron que debíamos asistir a unas clases teóricas antes de subirnos a un auto, cosa que encontramos totalmente lógico. De hecho, de mecánica no tenía ni idea. Recordemos que en la enseñanza media tenía un profesor de física que sólo se dedicaba a decir frases de oro ("Un cabro chico molesta porque es molestoso"). Así, iniciamos el largo recorrido hacia la ansiada licencia.Señales del tránsito |
El primer día de clases, sábado en la mañana, fue entretenido. Aprendimos, entre otras cosas, a cómo estacionarnos y reparar el auto, como por ejemplo, reemplazar una rueda. Todo muy bien. El instructor... un mujeriego al por mayor. Según él, tenía polola, pero estaba buscando otra cosa. De hecho, el martes, en la clase de Legislación, instó a las chicas del curso: "Si alguien quiere aprender a andar en moto, quédese conmigo al término de la clase y a solas yo le enseño". Jetón. Con esos instructores...
Luego de las clases teóricas, venían las prácticas. Y la cosa se puso muy buena. En mi primera clase, nos fuimos a la misma cancha donde, años antes, mi padre me había enseñando a conducir. Luego de unas vueltas en la cancha, el instructor me dice: "Tú ya sabes manejar, así que en la próxima clase saldremos a la calle". Así que entusiasmado, salí a las calles.
Sin embargo, mi preparatoria no estuvo exento de problemas. Y no necesariamente por conducir. Resulta que un día me tocó con otro instructor que, podríamos decir, era un mujeriego. Manejaba tranquilamente mientras él me comentaba sus líos amorosos con su polola, y que había tenido un hijo con ella, pero la había dejado. "Uffff, tendré que aguantar esto sólo por la licencia" pensaba. Sin embargo, las cosas fueron subiendo. ¿Cómo? Mi instructor luego se dedicó a piropear a las chiquillas que pasaban por la calle. Para llamar la atención tocaba la bocina del auto. Me decía que eran lindas las wachitas y que le mirara sus atributos. La cosa ya no me estaba gustando. Las chicas, al mirar hacia el auto, me miraban a mí conduciendo, y seguramente pensaban que era yo el que tocaba la bocina.
Cuando iba a tocar la bocina nuevamente para piropear a unas jóvenes en un paradero, me atreví a quitarle el brazo del manubrio. Le dije: "El que va conduciendo soy yo, y yo veré cuándo toco la bocina". Me quedó mirando y, antes de que me dijera algo, continué: "Ustedes mismos me enseñaron que la bocina se toca sólo en caso de emergencia o para advertir de un peligro, no para llamar la atención de las chicas". Más extrañado me miró y, care´palo, me preguntó: "¿Y tú no eres hombre?". Molesto, le respondí: "Claro que lo soy, y me gustan las mujeres, pero no pagué $65.000 para que el instructor se dedique a mirar mujeres en vez de enseñarme a conducir". No dijo nada.
Extrañado quedé cuando llegamos a mi casa y me dijo: "Hasta aquí llegó tu lección por hoy". Miré mi reloj, y le dije: "Aun me quedan 15 minutos, ¿cómo es eso de que hasta aquí llego yo?". "Sí - me respondió -, es que tengo cosas que hacer". Al ver que me iba a quitar el volante, aceleré y le dije: "Hará sus cosas después de que termine mi clase, para eso pago". Y seguí dando vueltas hasta que se terminaron los 15 minutos y, ahí recién, me bajé del auto en mi casa.
Desde ese día, nunca más me dejaron con ese instructor. Mejor, me asignaron con otro que sabía mucho de autos y aprendí muchísimo. Mientras, fui a la municipalidad a dar el examen teórico, el cual aprobé con 35 preguntas correctas de 35; y el psicotécnico, el cual aprobé sin muchos problemas. El examen teórico fue fácil... igual hay que prepararse, hay preguntas que tienen dos respuestas muy parecidas, pero sólo una es la correcta. Recuerdo que había una pregunta un tanto graciosa:
23. Mire la siguiente escena. ¿Qué haría en este caso al ver que, al virar hacia la derecha, hay peatones cruzando la vía?
a. Acelerar para pasar antes que ellos. <<---- ??!?!??!?!
b. Tocar la bocina para advertirles que usted viene <<<--- Puede ser...
c. Frenar y esperar a que crucen porque tienen preferencia <<<---- Me tinca...
d. Abrir la ventana e increparlos por cruzar frente a usted <<---- ¿Qué diablos?
e. Ninguna de las anteriores <---- Ehhhh....
La respuesta correcta es la "c". Preguntas así hacen en el examen. Ojo, no es la pregunta literalmente, sólo es un botón de muestra. Quizás en el examen que tú des algún día para tu licencia, no esté esta pregunta, o esté con otras alternativas.
El psicotécnico pone a prueba tus habilidades manuales y tu visión. Te controlan el pulso y tu capacidad de reacción. Es una tarea relativamente sencilla, pero igual puede tener algunas complicaciones, especialmente con lo que tiene que ver con el pulso. Para eso, se utiliza esta herramienta:
¿Cuál es la idea? Seguir el camino sin salirse de él, y hacer el recorrido en el menor tiempo posible. Luego de haber aprobado todo, y de terminar mis clases prácticas en la escuela, me dieron hora para mi examen final de conducción en la municipalidad. Fue a finales de julio.
Estaba nervioso. Algunos me decían que, aunque el recorrido era corto, muchos reprobaban porque los nervios se los comían. Aun así, estaba muy confiado en que me iría bien.
"Francisco Albornoz" dijo el inspector municipal. Me subí al auto con él y comenzamos el recorrido. Cuando llevábamos la mitad del trayecto, y como no hablábamos nada, decidí a meterle conversa, arriesgando a que considerara eso como forma de persuadirlo y así recibir mi licencia. El diálogo fue algo así:
- ¿Y no se aburre de hacer esto todos los días? - le pregunté -.
- No, para nada - me respondió -. Además que no es todos los días, sólo los martes y jueves.
- Ahhhh... es que igual estar haciendo el mismo recorrido una y otra vez.
- Claro, igual es monótono. Lo que sí me carga es tener que soportar a gente que ni siquiera sabe conducir - dicho esto me queda mirando -.
- "Ups - pensé -. ¿Manejaré mal? Pero cómo, si no se me ha parado el motor, he respetado los signos del tránsito y la velocidad máxima permitida y..."
- Pero no te preocupes - interrumpió mis pensamientos el inspector -. Tú conduces súper bien, así que tu licencia está asegurada.
Aluciné con esa frase awwww... *.*
Al llegar a la municipalidad, me aprobó y, luego de pagar los permisos correspondientes, a la semana siguiente tenía mi licencia en las manos. ¿Qué tal? No es tan difícil obtenerla... claro, no es llegar y sacarla. Y luego de 4 meses de trabajo, logré mi sueño y tengo mi licencia, licencia con la cual salgo en el auto de mi padre a diversos lugares. Jejejeje. :D Saludos!!