375. Maldito Coronavirus

Estoy furioso. Estoy enojado. ¡Que termine esta pandemia!

¡Estoy enojadísimo! Llevamos más de un año con este maldito Coronavirus, que ha causado millones de contagiados y cientos de miles de muertos en todo el mundo. Acá en Chile hay muchos casos todos los días y, donde yo vivo, llevamos más de un mes en cuarentena, sin poder salir. Lo chistoso es que la gente sale igual, la gente hace fiestas igual, la gente se junta con sus amigos igual, la gente burla los controles sanitarios igual... no están ni ahí con el prójimo. Y eso es lo que más rabia me da.

Mi mejor amiga, quien siempre se cuido para no contagiarse, finalmente se enfermó con este virus y terminó intubada, hospitalizada e inducida al coma en un hospital acá en Concepción. Mientras, varios energúmenos hacen sus fiestas famosas como si no pudieran aguantarse que termine esta pesadilla. Gracias a Dios mi amiga está mejor, saliendo de a poco de su estado. ¿Qué tendría que pasar para que estos individuos entiendan que no estamos viviendo tiempos normales y que, por lo tanto, no podemos actuar de manera normal?

Hoy, sin ir mas lejos, fui a Chillán, y vi a muchas personas paseando por las calles sin sus mascarillas, ni manteniendo la distancia social. Pero si se enferman y al ir al hospital no encuentran camas, la culpa es de la autoridad. ¿Desde cuándo yo necesito que una autoridad me obligue a cuidarme? ¿No soy yo lo suficientemente inteligente para darme cuenta que, si no me cuido, puedo hasta morir? Hay que tener dos dedos de frente, ¿no?

El viernes pasado, en un episodio de nuestro podcast, hablé en extenso sobre este tema (en representación de los cinco integrantes del podcast). Les invito a que escuchen lo tratado en aquel programa. No tiene desperdicio. Y por favor: cuídense. La cosa no ha mejorado aun, y no piensen que porque están vacunando esto terminará pronto. Es mejor prevenir antes que lamentar.

 

Si no quieres terminar así, CUIDATE (Foto tomada de la BBC)


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374. Experiencias de un simple cajero, parte 15

Más experiencias de cuando fui cajero
 
 
Una de las secciones que más me gustan, aparte de "Viajando con Panchito", es la que hoy les traigo nuevamente. Y es que en mis casi 9 años como cajero, he tenido muchísimas experiencias al atender al público. Hasta ahora ya llevamos 33 experiencias contadas. Y hoy les traigo dos nuevas, así que ponte cómodo y disfrútalas.

"Atiéndeme con la cara llena de risa"
Hace unos años atrás, en uno de los supermercados donde trabajé, estaba atendiendo público mientras hablaba con mi empaque. En eso, una señora llega con sus cosas y, de manera muy prepotente, me tira los productos encima de la caja y me dice: "Atiéndeme". La miro y le digo: "Buenas tardes". Ella, furiosa (parece que tuvo un mal día) me grita: "Apúrate que no tengo todo el día". Yo, incrédulo, me molesto, y en mi cara se me nota mi molestia. La señora me dice: "Y atiéndeme con la cara llena de risa". Cuando dijo eso, el jefe del local se percató de la prepotencia de la señora y él atendió el asunto. Terminó por pedirme disculpas por su manera de tratarme.

No es fácil ser cajero: eso ya lo saben. Y con todas las experiencias que les he contado, basta y sobra.

Mi último día como cajero en el supermercado
El 28 de febrero de 2016 fue mi último día como cajero en un supermercado de Penco. Decidí renunciar y buscar un empleo mejor remunerado (era part time allí). Y en aquel último día, tuve una no grata experiencia con una pareja de clientes insolentes y maleducados.

No recuerdo específicamente cómo comenzó el lío, pero ambos comenzaron a alegar e insultarme gratuitamente en la caja vista y paciencia de todo el mundo (lo digo una vez más: NO es fácil ser cajero en una sociedad sin respeto). Me harté y les respondí: "¿Saben qué? Hagan lo que quieran. Total, hoy es mi último día, así que vayan a reclamar no más". Nunca perdía la paciencia frente a estas situaciones (donde muchas veces recibí insultos de grueso calibre, o me tiraron un litro de leche por la cabeza, o hasta insinuaron que era un ladrón), pero este parcito sencillamente me colmó. Fueron donde el jefe de tienda y, claro está, él al ver cómo fueron conmigo, no los pescó.
 
Luego de vociferar a los cuatro vientos mil y una palabrotas, el hombre se vuelve a mí y me dice irónicamente: "Que tengas un mal día, imbécil". Lo miré y le dije: "Usted también, que le vaya pésimo". Su cara de incredulidad lo decía todo. Cuando se fueron, sólo atiné a reír. ¿Por qué uno, por atender gente, debe aceptar que te insulten sin motivo? ¿Qué ganaron ellos con alegar, salvo un mal rato? Nada más.
 
Amigos y lectores: hasta el cansancio he dicho que el mundo que vivimos es más insolente y falto de respeto cada día. Pero nosotros podemos (y debemos) marcar la diferencia. Si partimos NOSOTROS siendo amables, gentiles y empáticos con los demás, podremos contagiar esas cualidades en los demás. Quizás así, podríamos mejorar en algo esta sociedad tan decadente en la que estamos inmersos.
 
Está diciendo, ¿no?

 
 
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